Por mucho que nos queden varias semanas hasta el verano (29 días exactamente), es inevitable no pensar en las vacaciones. Mi mente ya está de viaje, soñando con esos días que huelen a sal, idealizando el calor en la playa, la sensación de echarse aftersun después de una ducha fría, vestirse con lo mínimo y salir a tomar algo con el pelo todavía mojado. La arena en la toalla ya no me parece un incordio, ni siquiera la gesta que supone encontrar sitio para la sombrilla en agosto.