Lady Dior Sheila Hicks
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El debut de Jonathan Anderson se antoja como una de esas sagas que se cuentan por partes y que provocan harta expectación entre los fans (y los no tanto). Primer acto: su despedida de Loewe. Segundo acto: el anuncio del grupo LVMH de su traslado a la maison francesa —en plena crisis de la industria de la moda—, para hacerse cargo de la parte masculina de la firma, dejando claro la necesidad de envolverla de autenticidad y convertirla en un fenómeno cultural más allá de las pasarelas (tal y como hiciera con la casa española). Tercer acto: el anuncio de que el diseñador británico, también se encargará de las colecciones femeninas y de la alta costura, haciendo de él la única cabeza pensante para reestructurar el allure francés. 

La escena final tuvo lugar en el del Hôtel des Invalides de París. Un desfile plagado de referencias históricas en las que se leía el ADN de sus antecesores, aunque también, muchos de los gustos compartidos con Christian Dior, como las pinturas del siglo XVIII de Jean Siméon Chardin. Aunque puede que el símbolo más representativo haya sido la invitación, ese plato de porcelana con tres huevos que si bien es cierto que interpela al renacimiento, pocos saben que este era uno de los platos favoritos de monsieur Dior.

La cultura y la artesanía son, sin duda, dos de las obsesiones de JW Anderson y su sello de identidad, ese que ya se ha dejado ver en su primera exposición pública. Pero más allá de la chaqueta Bar, uno de los emblemas de la firma, reinterpretada en forma de un blazer de tweed de Donegal, o de los vaqueros oscuros que rendían homenaje a la época de Hedi Slimane, los accesorios se convirtieron en el mejor reclamo viral y en una hoja de ruta de lo que está por venir.

Una interesante lectura

Para hablar de este accesorio tenemos que viajar en el tiempo, a 2016, el año en que Maria Grazia Chiuri aterrizó en Dior. Uno de sus principales objetivos era dejar de depender tanto del mítico bolso Lady Dior, que suponía un quinto del total de las ventas de la maison. Fue entonces cuando patento una técnica de bordado para hacer esos bolsos de apariencia lujosa y totalmente aspiracional. En 2018 lanzó la línea ‘book tote’, elevando aún más el estatus de un accesorio de tela confeccionado a máquina, que se vendía a precios astronómicos. Fue entonces cuando se destapó el pastel con la polémica de los 57 dólares, el precio que realmente le costaba a la firma confeccionar bolsos que llegan a superar los 3,000 euros. 

 

Ahora, Anderson ha querido recoger el guante y darle una vuelta a este traspié reputacional, volviendo a diseñar bolsos de tela con portadas de libros clásicos, que inciden en la complejidad humana, en el arte, el deseo o la muerte. El existencialismo de ‘Les Fleurs du Mal’, de Charles Baudelaire; la crudeza de ‘A sangre fría’, de Truman Capote, la melancolía lúcida de ‘Bonjour tristesse’, de Françoise Sagan; y la oscuridad simbólica de ‘Drácula’, de Bram Stoker; fueron los protagonistas del desfile y de la previa, con deliciosas y coloridas versiones que prometen ocupar la calle.

Tote book de Dior
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Anderson se atreve con el Lady Dior

Hablábamos de la perdurabilidad del Lady Dior, de su capacidad para enamorar sin esfuerzo, y de cómo llegó a representar gran parte de los ingresos de la maison. A lo largo de casi tres décadas, ha sido un tótem de elegancia sigilosa, protegido por su propia leyenda y por la imagen indeleble de Diana de Gales. Jonathan Anderson, sin embargo, ha preferido mirarlo como materia viva. En lugar de ajustar colores o tamaños, invitó a la artista textil Sheila Hicks a estudiarlo como si fuera un lienzo tridimensional. El resultado rompe con cualquier idea de intangibilidad: la silueta permanece reconocible, pero emerge rodeada de gruesas hebras multicolor que cuelgan como pompones libres, un guiño a la práctica artesanal de Hicks y al afán del diseñador por hibridar alta costura y arte contemporáneo.

En la pasarela se vio una versión con cintas del mismo tono que las hebras, más contenida, mientras que la variante comercial —bautizada Lady Dior Sheila Hicks— combina borlas vibrantes, charms metálicos y un precio que ronda las dieciséis mil quinientas libras en la web británica. Anderson subraya así la vocación coleccionable del accesorio y, al mismo tiempo, desafía la idea de intocabilidad que suele acompañar a los iconos de archivo.

La primera aparición pública llegó de la mano de A$AP Rocky, que lo llevó al desfile y desmontó de un plumazo la etiqueta de bolso femenino. Su gesto, nada inocente, coloca al Lady Dior en un territorio nuevo, donde la herencia convive con la cultura pop y con un público que ya no distingue entre géneros a la hora de codiciar un objeto de deseo. Si el Book Tote convertido en libro anunciaba que Anderson quiere jugar con los códigos literales de la casa, esta colaboración con Hicks confirma que el plan es más ambicioso: trasladar el patrimonio de Dior a un diálogo abierto con artistas, coleccionistas y amantes de la moda que buscan emoción antes que reverencia.