Soy de esas personas que adoran el olor a tierra mojada. Esa sensación de frescor que recorre mis sentidos cuando llueve, me llena de paz y bienestar. Hay algo profundamente emocional en ello y siento como si conectara con recuerdos almacenados de la infancia, que huelen a risas y tardes de juegos.
¿Sabes que ese olor tiene nombre propio? Petricor. Una palabra que suena a poesía y que, sin embargo, es ciencia pura. Es el término que describe el olor que desprende la tierra cuando la lluvia la toca por primera vez en mucho tiempo. Una fragancia imposible de imitar, o al menos eso creía hasta que descubrí un perfume que se ha posicionado como mi favorito (y el de las insiders neoyorkinas).
Cortesía
Se trata de BAIE 19, una creación olfativa de LeLabo, que ha conseguido embotellar la lluvia. Huele a hojas verdes después del chaparrón, a algo crujiente, fresco, limpio, como si el aire se hubiera lavado de repente y cada inspiración te llenara de vida. Tengo que confesar que desde que lo tengo, me preguntan a menudo qué perfume llevo, y muchos se sorprenden al descubrir las notas de petricor en su corazón.
Un perfume que huele a tierra mojada
Su composición habla de baya de enebro seca, pachulí y hojas verdes, pero el resultado final es mucho más que la suma de sus ingredientes. Porque, al igual que el petricor, no se puede explicar del todo. En la piel, BAIE 19 tiene ese carácter acuático y vegetal que recuerda a un paseo por un bosque recién empapado, cuando las ramas aún gotean y el cielo sigue gris, pero la tierra ya empieza a despertar.
Al llevarlo por primera vez, sentí esa especie de melancolía suave que deja la lluvia. No tristeza, sino ganas de acurrucarme. Como si el perfume me invitara a parar, a respirar, a escuchar. No hay dulzura evidente ni flores protagonistas, tampoco hay estallidos ni artificio. Lo que hay es una fidelidad conmovedora a la naturaleza más honesta, la que simplemente es.
No sorprende que este perfume se haya convertido en un secreto bien guardado entre los coleccionistas de fragancias nicho y amantes de lo sensorial. En un universo de perfumes saturados de gourmand, almizcles intensos y acordes solares, esta agua terrosa y vegetal es casi un gesto de rebeldía.Un lujo discreto. Un regreso a lo esencial.
En la descripción oficial hay una frase que lo dice todo: “BAIE 19 debería haberse llamado Agua 19. No es que huela a nada (aunque nada huele así)”. Y así es. Porque lo realmente extraordinario es su capacidad de convertirse en un estado de ánimo. Cada vez que lo uso, me transforma. No me hace oler diferente, me hace sentir distinta.
No es un perfume dulce ni ostentoso. Tampoco responde a las tendencias más evidentes. BAIE 19 es sutil, limpio, profundamente sensorial. Huele a naturaleza viva, a calma, a ese instante en el que todo parece detenerse para escuchar la música del agua sobre la tierra. Un lujo discreto que, como todo en Le Labo, conquista desde la autenticidad.
La elección de inspirarse en el petricor no es casual. Este fenómeno no solo es uno de los más bonitos de la naturaleza; también está cargado de significado emocional. El olor a tierra mojada tiene el poder de conectar con recuerdos antiguos, de evocar instantes de paz y de hacernos sentir muy anclados en el momento presente. Y eso es precisamente lo que BAIE 19 consigue, lo que lo hace perfecto para quienes quierenconectar con lo sensorial a través de la naturaleza.
LeLabo como experiencia de lujo silencioso
En un universo de perfumes saturados de imágenes grandilocuentes y campañas millonarias, Le Labo ha logrado convertirse en un fenómeno global hablando en voz baja. Esta firma de perfumería nicho fue creada por Edouard Roschi y Fabrice Penot en Nueva York en 2006, y ha conseguido colarse entre las favoritas de los amantes de las fragancias más especiales sin necesidad de seguir los códigos tradicionales del lujo. ¿Su secreto? Una apuesta radical por la autenticidad, la sobriedad estética y la experiencia personalizada.
Entrar en cualquiera de sus tiendas es todo un ritual. Grandes lavabos de gres, estantes de madera y paredes de ladrillo crean una atmósfera cálida y urbana a la vez. Todo está pensado para que el protagonista sea el perfume.
En Le Labo, las fragancias se mezclan en el momento, a la vista del cliente, y cada botella se personaliza con su nombre. El frasco minimalista y las cajas sin ornamentos son una declaración de principios: menos ruido, más esencia. Y es precisamente esta coherencia estética y conceptual la que ha hecho que la marca se convierta en un auténtico objeto de culto.