Dice Olga Ruiz Minguito, directora de la revista Telva y autora de la novela La redacción (Suma), que “no soy una escritora; soy una periodista que ha escrito una novela”. Y, sin embargo, estamos ante su segundo libro, el primero de no ficción. La redacción es la historia de una revista femenina –de nombre Dana– a finales de los 60 pero, sobre todo, la del grupo de mujeres que trabajan en ella, mezcla de personalidades espejo de una época convulsa donde la guerra del Vietnam, la libertad enarbolada por el movimiento hippie y el mayo del 68 comienzan a pincelar el devenir de una sociedad todavía sumergida en el franquismo. Olga ha construido un libro de lectura ágil, donde tienen cabida la situación de la mujer, los procederes de la alta burguesía madrileña, la lucha por los derechos, la guerra, el espionaje y, sobre todo, el periodismo y quienes lo hacen posible. Pero dejemos que ella misma nos lo cuente. 

La redacción, libro de Olga Ruiz Minguito
D.R.

Comencemos por el principio: ¿es La redacción un libro por encargo o una historia que ya tenías en la cabeza? El director de Suma, Plaza & Janés y Roca Ficción Nacional, Gonzalo Albert Bitaubé, me llamó y nunca imaginé que lo hacía para consultarme la posibilidad de escribir un libro. Yo ya había escrito otro hace 24 años, en un momento complicadísimo porque trabajaba y tenía dos niños muy pequeños. Fue estimulante, aunque a la vez lo recuerdo con horror, ya que la vida no me daba. Entonces juré no volver a escribir jamás, pero mira por dónde me llama Gonzalo para contarme que tiene una idea sobre una novela que aún no se ha hecho y que le gustaría que la escribiera yo. Versaba sobre una revista femenina, un ámbito en el que me he desenvuelto toda mi vida. Recuerdo que siempre, en todas las cabeceras en las que he estado, me decía a mí misma aquello de “esto tiene una historia”, “esto tiene una película”, “esto tiene una serie”. Y luego se hizo El diablo viste de Prada que, como tú bien sabes, no tiene nada que ver con la realidad. Lo que me pareció apasionante fue el hecho de poder centrar este libro en la redacción de una revista femenina en los años del tardofranquismo, en una sociedad que todavía no conocía la libertad, que estaba a punto de despertar pero que aún no lo había hecho, con unos personajes que tenían hambre de libertad, de autonomía, de experiencias… hambre de periodismo.

¿Por qué situar la novela en el año 67 precisamente? Me lo propuso la editorial, aunque teniendo en cuenta el que, si yo consideraba que no era lo adecuado, siempre podía escribir sobre cualquier otra cosa. Y lo pensé bastante. Estuve como un mes dándole vueltas para decidir si quería meterme en algo semejante. Ha sido muy agotador, extenuante, muy gozoso aunque a la vez un sufrimiento, para qué te voy a engañar. Pero, contestando a tu pregunta, en el 67 ya existían mujeres periodistas trabajando en medios, no obstante estaban muy circunscritas a temas como psicología, educación de los hijos, decoración, cocina… Lo que se esperaba de la buena ama de casa. Estas mujeres tenían hambre de contar historias. Se acababa de aprobar la Ley de Prensa, que luego quedó un poco cercenada por la Ley de Secretos Oficiales, pero ya había comentaristas oficiales, se podía escribir sobre las huelgas y sobre muchas otras cosas de las que años antes era impensable hablar. Me apetecía crear una redacción de mujeres cuyas vidas estuvieran interrelacionadas las unas con las otras, un poco como un reflejo de la sociedad a pequeña escala; que hubiera mujeres que rompían las reglas pero también otras que no se avenían a ello: unas más conservadoras, otras más liberales, de clases sociales diferentes… En aquellos momentos y en muchos países, las mujeres ya se habían incorporado al mercado laboral y la píldora estaba funcionando como método anticonceptivo, aunque en España no se pudiera pautar como tal pero sí para arreglar desajustes y problemas de salud. Había muchas cosas que sucedían fuera de nuestras fronteras. 

En tu trabajo de investigación sobre la época seguro que te has encontrado con un hecho histórico que te haya sorprendido por lo poco que se ha hablado de él… Hay uno que ocupa una parte importante del libro. Necesitaba ese acontecimiento que me permitiera situar a una periodista en un lugar inesperado que implicara un choque de trenes con el machismo de la época. Y lo encontré en un hospital de campaña que existió realmente gracias a un acuerdo de Franco con el presidente de los Estados Unidos: un equipo de militares, sanitarios, doctores, enfermeros y cirujanos que crearon un hospital de campaña para ayudar al ejército americano y a quienes luchaban contra el Vietcong. Hubo un convoy de periodistas que viajó para conocerlo, entre cuyos componentes se encontraba Luis María Ansón, que entonces trabajaba en el ABC. Me pareció muy alucinante que hubiera una delegación de militares españoles en la guerra del Vietnam curando, pero sobre todo me pareció perfecto colocar a Pilarín Ordiola, la relaciones públicas de la revista Dana, en una situación a la que ningún medio de comunicación de la época hubiera enviado a una mujer bajo ningún concepto. Y también para confrontarla con ese machismo imperante tan bestial que había en ese momento. Uno de los reporteros que viaja con ella le llega a decir aquello de “tú sabes que hay un Vietnam del norte y un Vietnam del sur”. Es humillante.

Leyendo el libro se nota que Pilarín es un personaje al que le tienes mucho cariño. Muchísimo. Cuando empecé a pergeñar la novela, en mi cabeza tenía tres personajes principales: Mercedes Salvatierra, directora de Dana, Pilarín y Clementina Ortiz, la recién llegada. Esta última era prioritaria. Hasta la mitad de la novela tenía pensado lo que iba a ocurrir pero, a partir de ahí, unos personaje secundarios se convirtieron en principales (caso de Chata Sanchís) y al revés. Pilarín Ordiola no era la figura principal de la terna protagonista, pero es una mujer muy fuerte, que lucha contra todos los prejuicios de su clase social, que no frena su deseo sexual… Me encanta. 

Sin hacer spoilers, se puede decir que el final es el principio para muchos personajes. Hay historias que se han cerrado y otras que no porque el futuro de alguno se abría en ese momento. Inician una vida apasionante, aunque no sea necesariamente buena. He intentado ser generosa con todas e incluso en el caso de las mujeres más malas, explicar las razones de su maldad.  

Te habrán preguntado más de una vez si cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Imagino que, como llevo tantísimos años trabajando en revistas femeninas, habrá muchas características que haya visto a mi alrededor, pero he intentado distanciarme de la realidad para poder divertirme y poner a mis mujeres protagonistas en situaciones tan diferentes, tan difíciles en muchos casos. Insisto en que esto no es un ajuste de cuentas; sí un homenaje a cierto tipo de periodismo, pero no a ninguna mujer en particular. 

Hubo un tiempo en que las directoras de revistas femeninas eran divas intocables. Creo que eso afortunadamente pasó. Recuerdo que, una vez, hablando con alguien vinculado a este sector, me preguntó si me acordaba de cuando en las redacciones se bebía champán. Yo nunca he bebido champán en una redacción. Y si he viajado en Clase Business ha sido porque una marca concreta me ha invitado a la presentación de una colección; lo que es yo, cuando he viajado para hacer entrevistas y reportajes lo he hecho en Turista. Creo que se esperaba que las directoras de esas publicaciones fueran una suerte de mujeres absolutamente extraordinarias, impecables, tan listas, elegantes y guapas que de alguna forma todo ello calara en la cultura popular. He vivido algunos gestos de diva, pero no me he topado con una personalidad que lo fuera del todo. Y si no ha sido así, no quiero acordarme. 

¿Corren malos tiempos para el periodismo? Existe un periodismo muy interesante, pero sí es cierto que hay algo que no veo en las jóvenes generaciones actuales: el hambre que nosotras teníamos. Creo que es necesario recuperarla. Hambre para buscar una buena historia, para desear tenerla, aprenderla, contarla tú la primera… Las escuelas de Periodismo deberían insistir en ello para explicar qué significa tener una buena historia, crear esa ansiedad por lograrla, apostarte como nos apostábamos ante la casa de alguien intentando encontrar una entrevista… Al final siempre decíamos que el que la sigue la consigue y a mí me da la sensación de que eso ya no existe en las nuevas generaciones. Hay que aprender lo que significa una buena historia independientemente de los soportes y lenguajes. Y ello tiene que ver con el periodismo en general, no solo el femenino. Recuerdo cuando yo era la ayudante de la ayudante, porque entonces no había becarias sino ayudantes de redacción, y alguien decía “hay esto”, yo levantaba la cabeza porque quería ir a “esto”. Ahora, si se necesita desplazarse a Santander a las ocho de la tarde de un sábado (es un ejemplo), resulta muy difícil encontrar a alguien entre los más jóvenes que levante la mano y diga, “yo quiero”. Hay gente extraordinaria, no pretendo generalizar, pero sí opino que antes existía un hambre que ahora no hay. 

¿Qué situación o personaje actual tiene esa historia que merece ser contada? La reina Letizia es el gran personaje español por antonomasia. Una mujer que, con el tiempo, será considerada fundamental en la historia de la monarquía española, segurísimo. Me parece alguien absolutamente transcendente e importantísimo. Yo creo que todas soñamos con hacer esa entrevista. 

La redacción tiene hasta su hilo de intriga. ¿Qué genero literario es tu favorito? Me encanta la novela negra. He leído mucho a Henning Mankell, a todos los nórdicos, a Andrea Camilleri… Ahora estoy con autores franceses, que son increíbles. Pierre Lemaitre me parece alucinante: es tan perverso… También soy superlectora de cuentos, de Scott Fitzgerald, Chejov, Dorothy Parker… De hecho, Dorothy Parker y sus Diálogos han sido para mí fuente de inspiración, porque me parece muy difícil dialogar y ella lo hace de una manera ingeniosa y vibrante unido a esa desolación que me encanta. Ahora mismo estoy leyendo un libro que recomiendo a todo el mundo: es de Xavier Colás, el corresponsal de El Mundo que acaba de ser expulsado de Rusia, y se llama Putinistán, una crónica sobre la vida de Putin. Se podría decir que leo todo lo que cae en mis manos.

¿Te estás mentalizando para escribir una nueva ficción? La redacción me ha llevado tres años y quiero disfrutarlo. Mi anterior libro fue muy periodístico, una galería de mujeres reales contando su propia historia en relación con la maternidad. En este caso funcionas como cuando haces una entrevista o un reportaje coral: cuentas con todas las voces que te ayudan a crear la pieza del reportaje. Tienes toda la información. En una novela eso es lo difícil: en tu mente están los mimbres que te ayudan a construir una urdimbre y nada más. Hay unos personajes que van cobrando vida propia, pero la sensación es un poco de vacío. Y eso para mí es lo diferente, el no tenerlo todo. Ha sido agotador, y espero que a la gente le guste, le divierte, le entretenga. No tengo mayor expectativa que eso.