Cuando Netflix estrenó esta serie de época ya intuíamos que se cocinaba algo muy gordo. A los mandos del proyecto estaba Shonda Rhimes, el talento detrás de la muy longeva Anatomía de Grey y de la también longeva –aunque menos– Cómo defender a un asesino. A Shonda le tocó el reto de adaptar al audiovisual las novelas de Julia Quinn, que narra del debut en sociedad y la búsqueda de pareja de los hijos de una viuda, la vizcondesa Bridgerton. Ellos, los retoños, deben encontrar a su media naranja entre bailes de alta alcurnia.
Los herederos Bridgerton son ocho en total (cuatro chicos y cuatro chicas) y el plan de Quinn es narrar la ‘iniciación’ de cada uno en su respectivo libro. Así que si los cálculos no engañan y el público responde, tendríamos un total de ocho temporadas; seis, si descontamos la primera y la segunda, que se estrena este 25 de marzo en Netflix. Recapitulando, la primera reflejó el ‘roneo’ entre Daphne Bridgerton y Simon Basset, alias duque de Hastings, interpretado este último por Regé-Jean Page, quien acabó convertido en sex symbol para la posteridad. Méritos no le faltan. Todo narrado por una voz cotilla oficial que escribe cierta gaceta (si te suena a Gossip Girl es porque el parecido existe) capaz de dejar a media sociedad londinense con las patas colgando. Por lo demás, efectivamente, hay amor y también sexo. Pero mejor la ves.
Sobre todo antes de meterte en la segunda temporada, que ahora se centra en las peripecias del primogénito de los Bridgerton, de nombre Anthony (Jonathan Bailey) y quien, en la primera parte (ojo spoiler), acabó haciendo méritos para abdicar de cualquier cosa que huela a romanticismo. En los nuevos episodios y como le toca ejercer de cabeza de familia, tendrá que entregarse a la fatigosa tarea de encontrar esposa quiera o no –¿dónde se ha visto un heredero sin consorte?– .
Buena suerte a todos y todas.