Entrevista
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Lucía Rivera: "Yo veo a Victoria Federica y me llevo las manos a la cabeza, ¡qué acoso y derribo se le está haciendo!”

La modelo Lucía Rivera triunfa con su libro autobiográfico Nada es lo que parece, en el que habla del maltrato que sufrió, la dismorfia corporal o los sinsabores del mundo de la moda.

Lucía Rivera
Félix Valiente

Dice Lucía Rivera que escribe “desde que tengo uso de razón”. De pequeña todo lo comunicaba por carta; hoy, con 24 años, la modelo, que se confiesa muy celosa de su vida privada, hace un ejercicio de extroversión para transmitir lo que ha vivido (que no es poco y en muchas ocasiones ni siquiera agradable) en el libro Nada es lo que parece. A lo largo de sus páginas habla, entre otras cosas, de su familia, de la nula relación con su padre biológico, de la dismorfia corporal, del maltrato a manos de varias de sus ex parejas y de los sinsabores del mundo de la moda, algo que ella considera importantísimo y que intenta subrayar en cada entrevista que aborda.

¿No sentiste cierto pudor al ‘vaciarte’ en un libro que de antemano sabías que iba a generar grandes titulares? Es un ejercicio difícil que me he pensado muchas veces. Los capítulos los escribía un día, al segundo día lo volvía a leer y releer sobre todo cuando salían personas que habían estado en mi vida y principalmente si eran las que acababan peor paradas. Tuve bastante miedo porque sabía que lo más seguro es que la prensa (me refiero a la prensa rosa) malinterpretara ciertas partes del libro o tendiera al sensacionalismo. Sentí miedo y al final ese miedo se cumplió, pero creo que he sido muy clara y a la vez elegante. No he hecho nada que pueda ofender a nadie. 

Hablas de malas interpretaciones. ¿Algo que te haya dolido en particular? Lo que realmente me molestó no fue algún titular fuera de tono, o dos, o tres. Lo que realmente me molesta, y no solo con respecto al libro sino a la vida en general, es que cuando se hace un titular falso y es el primero, veo muy poco profesional que luego se realicen veinte referencias a él. Si yo fuera periodista tendría que fijarme en si una noticia es cierta o no. Eso fue lo que me impactó, la cantidad de artículos que salieron cambiando mis palabras cuando tenían tan fácil abrir el libro y leer.

Aquellos que te hicieron daño y salen retratados en el libro, parejas, exrepresentantes… ¿Alguno te ha pedido perdón? Nadie. Y no me hubiera gustado porque creo que el ser humano es superhipócrita y todos tendemos a ver la paja en el ojo ajeno y no en el nuestro. Lo que sí me gustaría dejar claro es que en el libro hablo de cosas importantes como de lo que está pasando en la moda actualmente, que es mi trabajo y es a lo que me dedico, y donde muchas niñas se encuentran en peligro por el manejo que hacen los representantes de sus carreras. Aunque la prensa se fue por los cerros de Úbeda en este tema, esa es la parte que más quería recalcar. 

¿Y qué consejo les darías a esas niñas que empiezan? El autoconocimiento. Es el que le doy a todo el mundo. Porque cuando te conoces, en cuanto alguien te está intentando cambiar dices: “no, cuidado”. Pero si no te conoces, con 15 años es muy difícil. Cuando una niña empieza a ser modelo tiene 14, 15 años, no cuenta con el cerebro ni la madurez que actualmente tengo yo con 24. Si eres adolescente y otros son responsables de tu éxito (bueno, la dependencia es mutua) es complicado, sobre todo porque hay un sueño de por medio. De joven intentas hacer más sacrificios y no te das cuenta de ello. Ahora tengo clarísimo que me hubiera gustado conocerme más para no caer en ese tipo de maltrato.

The Model Alliance es una organización que aboga por mejorar el trato que se le da a las modelos y a la que apoyan tops como Shalom Harlow, Elettra Wiedemann o Coco Rocha. Parece que la unión está haciendo la fuerza. Nos conviene unirnos pero, ¿sabes lo que pasa? Que ahora, como la gente no se queda callada, hay que crear un progreso ficticio, porque progreso no ha habido tanto. La cosificación que yo sufrí no creo que sea muy diferente a la que padeció mi madre. Bueno, no es que lo crea, es que por desgracia lo sé. A mí se me quiso convertir en un producto; cierta persona me llamó “el caso de éxito de la agencia”. Yo no soy un caso, soy una persona. Entonces tenía 18 años y asumir que solo eres un caso de éxito puede parecer hasta bonito. Bonito… depende de cómo lo queramos mirar.

Hablas también del acoso de los paparazzi. Tendemos a pensar que quienes sois famosos prácticamente desde pequeños lo tenéis ya interiorizado y asumido. Puede ser. Tal vez otro tipo de perfil, por ejemplo Aitana, que de repente sale de un concurso de música y es dios, obviamente tendrá otro tipo de shock. En mi caso, si ahora mismo me encuentro un paparazzo no voy a tener el problema que tuve. Entonces yo sufría de estrés postraumático y ya tenía bastante con lo mío como para sentirme observada en todo momento. Salía de casa y, fuera donde fuera, había un hombre detrás de mí. Y da miedo tener a un señor detrás de ti todos los días a todas horas. Yo lo llevo bastante bien, pero las personas son personas: todos tenemos malos días, tenemos trastornos… Se nos ha cosificado como personajes públicos, mobiliario urbano con el que la gente siente que tiene permiso para hacer lo que quiera. Y eso no es. Cuando empecé a notar la persecución quizás no era tan heavy, pero aun así se me trató desde un punto de vista machista porque no me seguían por mi trabajo, sino por la pareja que yo tenía en aquel momento. Recuerdo que le dije al paparazzo de buenas maneras que me dejara en paz y me respondió que no me hubiera metido en la cama con quien me metí. Los hijos de personas conocidas tenemos que luchar con lo que no nos pertenece. Si mi padre y mi madre son personajes públicos, me parece estupendo, también he recibido cosas buenas gracias a ello (malas también), pero tampoco puedes acribillar así a una chica de 18 años. Yo veo a Victoria Federica, por ejemplo, y me llevo las manos a la cabeza, ¡qué acoso y derribo se le está haciendo! Todo periodista debe pensar en la responsabilidad tan grande que tiene, porque está hablando de la vida de alguien. Si yo ahora mismo me pusiera a hablar en esos términos de cualquier persona anónima me denunciarían, porque es ilegal. ¿Dónde está la moralidad aquí? Que yo sea modelo o que tenga una relación con un personaje público no quiere decir que se me pueda avasallar. Al final, los medios de comunicación son un reflejo de la sociedad en la que vivimos.

¿Algún psicólogo te ha dicho alguna vez que las relaciones tóxicas que has mantenido podrían deberse a la falta de atención paterna? Tal cual me lo estás preguntando, no. Tampoco creo.… Yo con mi padre biológico, que sería el que me ha causado daño, tuve experiencias malas, pero jamás mantuvimos una relación o un apego; tampoco me lo permitió. Sí, puede que el miedo al abandono venga de ahí. Quizás me haya quedado en ciertas relaciones en las que se me estaba haciendo daño por miedo a sentirme sola. 

Ya que hablamos de relaciones, es sorprendente que, con toda la información y denuncias al respecto, los jóvenes sigan repitiendo parámetros de toxicidad. No quiero meterme en política, pero algo que está pasando: se niega la violencia machista y eso es real, es así. Yo, que hablo mucho de feminismo en redes y leo muchos libros al respecto, alucino con la cantidad de mensajes que recibo diciéndome que la violencia machista no existe, que la violencia no tiene género. Y eso ocurre porque hay un partido al que siguen muchas personas que no hace más que negar que exista la violencia machista. Pero están muriendo personas; negáis algo que demuestran los números. Hay quienes siguen a este partido y tienen adolescentes que viven en esas casas, así que pasa lo que pasa. Sales de tu núcleo asumiendo que eso es normal. Antes de ayer tuve una conversación en la que un chico joven me decía que un tortazo no era violencia. A mí me impacta, porque, ostras, ahora mismo no estoy en pareja, pero si la tuviera no se me pasa por la cabeza un tortazo así porque sí, no lo entiendo. Yo no iría por la calle pegando tortas a la gente. Estas semanas me han llegado a decir, y quizás fue lo que más daño me hizo, que por qué conté que había sido maltratada, que debía haberme quedado en silencio. En ese momento entendí  el porqué tantas mujeres que no salen ahí. Cuando veo que una mujer cuenta que ha sufrido este tipo de violencia y la reacción es de insultarla y no creerla en vez de concentrarnos en el que abusa, entiendo que estamos protegiendo al maltratador. Es lógico que otras mujeres renuncian a contarlo. Da miedo. 

Aquí el el pacto de silencio del entorno también juega un papel. Creo que los hombres tienden a protegerse entre ellos mucho más que las mujeres. De hecho, ayer vi el documental sobre Nevenka Fernández (Netflix), que acusó a un político de acoso sexual, y se ve claramente cómo otras mujeres la atacan empleando comentarios muy machistas porque a las mujeres nos han enseñado a atacarnos entre nosotras, a ni siquiera creernos. En cambio, a ellos les han enseñado a protegerse. Yo no he visto que ningún hombre que haya sido testigo del maltrato que yo sufrí haya salido a defenderme. Y no solo hablo de mí: si estás en una fiesta y hay un comentario machista dirigido hacia una mujer, en vez de frenarlo le siguen el rollo. Es la cultura del compadreo.

Después de tus fracasos sentimentales, ¿has entendido que no se puede cambiar a la otra persona? Desde luego. Ni a parejas, ni a amigas, ni a familia. Hay cosas que se pueden mejorar, pero no cambiar a nadie. Una amiga me dijo una vez que en temas de drogas, la persona que se está drogando va a poner las sustancias siempre por encima de ti. Eso es real. Yo no quisiera cambiar a nadie; no te quiero distinto. Tendrás que encontrar a quien le gustes tal y como eres.

Y a decir que no, ¿has aprendido? Eso es un trabajo. Lo estoy poniendo en práctica, pero creo que no he aprendido del todo. Pienso que es algo que tiene mucho que ver con la mujer: nuestros noes parece que no se toman en serio y cuando no te lo toman en serio te da hasta pereza decirlo. Creo que a nosotras nos cuesta muchísimo más, pero con diferencia, decir que no.

En un momento del libro, y hablando de tu trabajo, dices que no se te permitía llorar. ¿Las emociones negativas tienen demasiada mala prensa? Parece que ser humano es raro. Yo no las llamaría emociones negativas, sino incómodas. El otro día lo hablaba con un psicólogo:el ser humano no quiere sufrir porque es incómodo, pero incómodos vamos a estar continuamente, no se puede negar la frustración porque va con la vida. A mí se me insistían que debía sonreír todo el día. A ver… ningún ser humano sonríe todo el día. Estamos queriendo ver continuamente felicidad y engañarnos a nosotros mismos. Se nos pide que seamos honestos y naturales y cuando lo somos, no les vale.

Dices que no deberíamos juzgar un problema como insignificante sin saber la importancia que tiene para la otra persona. Yo eso lo odio. Muchas veces te dicen que algo es una tontería, ¿cómo que una tontería? ¿Tú sabes lo que me como la cabeza yo con esto para que luego vengas y me digas que es una tontería? Me acabas de hundir el día. Luego das con un buen terapeuta y resulta que esas tonterías no eran tal. Mientras crecía me insistían en que era una chica afortunada y que lo que me pasaba eran gilipolleces. Gilipollez tras gilipollez acabé en un hoyo. El otro día lo dije y lo escribí y si alguna vez saco un poemario va a ser la primera frase que ponga: “La empatía es un lujo de sabios”. Es verdad que yo tiendo a empatizar más porque quizás viví esas experiencias y sé cómo te sientes. Una persona vivida es más empática. 

¿Has sufrido dismorfia corporal? Muchísima. Aún la tengo. Soy la persona más crítica con mi cuerpo, incluso más que mis exbookers, mis exrepresentantes o como los queramos llamar. Obviamente, ellos me han hecho así. Tuve complejos porque me veía demasiado delgada y tenía interiorizada esa violencia que sufrimos en torno a nuestros cuerpos, a nuestra estética. Hoy, si me miro al espejo me busco todos los defectos del mundo. Seguramente son cosas que la gente no ve, pero yo creo que tengo barriga, me vuelvo loca por quitar la piel de naranja… Me he llegado a hacer tratamientos dos días a la semana. Pero es que además no era una cuestión de sentirme a gusto; se trataba de una obsesión. Si no era una cosa era la otra: que si la grasa bajo el brazo, que si los mofletes, que si los granos…

¿No te pasa que eres tu peor crítica a la hora de hacerte fotos? Todos los días. Nunca me había ocurrido, pero últimamente me sucede mucho en los photocalls, que me veo horrorosa. También te digo que escogen mal las fotos a veces, aunque yo no me veo esa persona. Entro en unas cargas mentales muy heavies.

En tu opinión, ¿es verdad que las mujeres nos arreglamos para gustarnos a nosotras mismas? Mentira. Nos importa la mirada de un hombre, pero también la de otra mujer. Antes veía una alfombra roja y comentaba el aspecto de los demás. Eso no pasa con los hombres: yo no me pongo a hablar de un look de un tío a no ser que el hombre se vista femenino, como Timothée Chalamet. Es muy fuerte. De un hombre con traje ni hablamos. Con 15 o 14 tendía a criticar mucho lo que no me gustaba; ahora, cuando voy por la calle me fijo en lo bonito y lo que no me gusta, no lo miro.

¿Qué herramientas has obtenido de tus terapias? El tratarme bien, porque me trataba fatal. No quiero decir que ahora sea mi mejor amiga; sería mentir. Soy más amiga que antes, pero es que hasta hace un año no tenía ningún tipo de relación conmigo y si la tenía, era horrorosa. Cuando mi psicóloga me dijo que debía hablarme bien y no fustigarme, no lo entendía. Lo de ser tu mejor amigo, amiga o amigue lo veía una leyenda urbana. Tuve que ir cambiando esa voz interior, o al menos ponerla en duda. Creo que construí una imagen de mí basándome en lo que los demás decían que yo era: si me llamaban fea creía que era fea, si me decían que era guapa, no es que me lo creyera, pero tendía a ello. Tuve que trabajar en una imagen más real de mí y olvidar el personaje, porque ese personaje acabó conmigo. Creo que la herramienta principal que saqué es por lo menos tratarme bien y permitirme las cosas.

Cuando te conocimos nos pareciste una chica superespontánea; ahora da la impresión de que filtras mucho más. Sí, hubo un tiempo que me escondí. También fue ansiedad social. Cuando la gente me empezó a conocer tenía 16 años y se dio tanta importancia a lo que decía que dejé de hablar. La espontaneidad sale muy cara. El libro fue una manera de volver. Es cierto que en mi vida personal hablo mucho y no me callo una, pero me dijeron tantas veces que no hablara que me convirtieron en un robot.

¿Qué feedback estás teniendo respecto al libro? Espectacular; estoy flipando. Paradójicamente, cuando eres un personaje público piensas que te conocen en tu casa. Yo nunca tuve la sensación de ser famosa. De hecho, me extraña que me reconozcan por la calle, así que cuando me cuentan que el libro se agotó, recibir todos esos mensajes… No doy crédito.

¿Te escribe gente para pedirte ayuda? Muchísima. Y me asustan porque yo no pretendo ser ninguna psicóloga. Ojalá; de hecho, pensé estudiar la carrera de Psicología pero no era mi meta. La única manera en la que puedo ayudar es formando un grupo de apoyo, reunir personas entre los 13 a los 25 años con psicólogos en Madrid para que escriban sus cosas y leernos entre nosotros. Crearé una cuenta de Instagram donde puedan registrarse y formaremos un grupo de unos 20, más no porque es imposible de gestionar. Los personajes públicos tendemos a mirarnos demasiado a nosotros y no mirar alrededor, por eso alucino con los mensajes que me envían, sobre todas las niñas; me cuentan cosas que dan hasta miedo..

¿Y después de este libro qué? Quiero escribir una novela, aunque no sé cuándo me voy a poder poner. Con el libro lo dejé todo de lado, mi trabajo y mi vida privada. Ahora tengo que prestarles atención, a mi familia también. 

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