“Las historias de adicción son un relato de terror, pero también un relato de alegría y del ser humano, porque los que entramos en una clínica de adicción nos reconstruimos. Es un viaje que va de llegar hecho un absoluto despojo y que salga de ahí un ser humano”. Javier Giner, guionista, director y escritor sabe de lo que habla cuando pronuncia estas palabras. Su nuevo libro (tiene otro anterior), Yo, adicto, relata sus años de adicciones, su caída a los infiernos, su estancia en el purgatorio y su búsqueda de la redacción final. Un libro descarnado y divertido, feo y bonito, irónico y serio, que se lee con avidez y con el que, aunque el tema central no te toque ni en primera ni en segunda persona, no se puede evitar empatizar. Hablamos con Giner sobre literatura, adicciones y reconstrucciones.
En primer lugar, cuéntanos cómo te sientes.
Muy contento de que se haya despertado semejante expectación y que la gente esté hablando del libro; más que del libro, del tema del que trata. Estoy intentando asimilarlo.
Al principio de esta tu historia dices aquello de “a nadie le interesa lo que me pase”. Pues parece que te equivocabas.
Va a sonar un poco hippie, pero es que yo me siento un conductor. Mi ego está en su sitio, en el mismo que se encontraba hace tres semanas. Hablar de la adicción es necesario. Más que en modo autor, estoy en modo activista.
¿Se puede decir que has ‘vomitado’ tus experiencias?
No. Lo que ocurre en el libro pasó hace doce años. Desde entonces estoy en terapia. Hace mogollón de tiempo que ya no trato el tema de la adicción en consulta; trato el tema de la salud diaria. Todo lo que está puesto en el libro son cosas que yo ya he trabajado mucho y tengo muy superadas. El otro día una periodista me preguntaba: “¿Ha sido un exorcismo?” La realidad es que no. Si en algún momento se dio ese exorcismo fue en la privacidad de una consulta, no en un terreno público. Si no fuera así, si yo no tuviese esto muy trabajado y muy elaborado, no podría haber escrito el libro porque para mí hubiese sido incluso peligroso revivir ciertas cosas.
¿No sientes un poco de pudor al relatar determinados episodios?
El pudor está. Escribo el libro en una especie de trance en el que estoy yo conmigo mismo y casi como si me encontrara en un grupo de terapia. Como tengo tan claro a quién va dirigido este libro lo escribo a tumba abierta. Durante el proceso, en mi cabeza se desconectó el recurso del pudor y la vergüenza. Yo escribía y el único compromiso que tenía era ser radicalmente honesto con los sentimientos, las emociones, los hechos… Con todo. Pero sí es cierto que ese pudor aparece la primera vez que reviso el manuscrito antes de enviarlo a la editorial. Es como si de alguna manera hubiera estado escribiendo sin pensar realmente que eso era un libro que iba a llegar a las manos de cualquiera. En estos días me preguntáis por recuerdos muy heavies que hasta el momento solo he compartido con mis terapeutas. Y de repente digo, “¡hostia que esto lo está leyendo todo el mundo!”. ¿Pero sabes lo que pasa? Uno, me obligo a no pensar en ello y dos, es que tenía que ser así. En el libro hay una frase que digo: ‘Toda historia de adicción encierra un relato de terror’. Y había que contar ese relato de terror. No podía hacerlo para quedar bien. Esa no es la realidad de la enfermedad; la realidad es que te lleva a lugares, a espacios, a cometer actos que, primero, no quieres cometer y, segundo, son de un nivel de autodestrucción muy, muy intensos.
¿La adicción es un problema personal, favorecido por el carácter complejo de cada individuo, o surge influido por los ambientes en los cada cual se mueve?
Una mezcla de ambos. En el libro hablo extensamente de ello. Al final el uso del alcohol, las drogas, el juego o el sexo son mecanismos de huida. Se trata de síntomas, no de la enfermedad. Tú sientes frustración, sientes ira, tienes creencias; el mundo es una puta mierda, no eres capaz, no puedes y para no sentir todo eso sales por patas. Y la forma que tienes de hacerlo es a través de las drogas y el alcohol. Llegas a un escenario alterado en el que no sientes ni padeces. Al final no es una solución sino una multiplicación del problema original, porque además de todo lo que cargas en la mochila y de lo que no te estás ocupando, surge el problema de la adicción. Y a ello hay que unir los factores ambientales. En nuestra sociedad, el uso del alcohol está absolutamente normalizado, incluso alentado. El otro día lo hablaba con un amigo mío que es padre. Una cosa tan absurda como que el padre llegue todos los días a casa, venga estresado del trabajo y el niño le escuche decir: “Me voy a tomar una copita para relajarme”. Esa frase, en un niño, une el alcohol al relax. Ese crío, cuando sea adulto, tal vez recurra al alcohol para relajarse porque era lo que hacía papá. Si aprende maneras para manejar el estrés que no tienen nada que ver con el alcohol, no caerá. Por eso en el libro me pongo tan pesado con el tema de la gestión emocional, porque al final la adicción es una enfermedad emocional, no una enfermedad de consumo. Adicto no es el que consume sino el que no puede parar de hacerlo. El germen de eso es el germen emocional. Yo he recibido una educación exquisita. ¿Cómo puede ser entonces que no es hasta que me ingreso en una clínica de desintoxicación que empiezo a descubrir el lenguaje de las emociones? ¿Cómo puede ser que en toda mi educación haya aprendido historia, geografía, literatura, física, matemáticas y nadie, jamás, me haya enseñado ni a identificar las emociones ni a nombrarlas ni a saber qué pasa en mi interior ni a relacionarme conmigo mismo ni con mi entorno, que es lo que hacemos continuamente los seres humanos? Como sociedad tenemos una deficiencia tremenda a la hora de hablar de esto. Lo hemos visto hace tres semanas, cuando Íñigo Errejón habló de salud mental en el Congreso y le insultaron. Si Íñigo Errejón hubiera hablado de fracturas óseas en el deporte y de traumatólogos, no hubiésemos escuchado ese insulto. Ojo, sorpresa, la salud mental nos afecta a todos. No voy al psicólogo porque esté mal; yo estoy perfectamente, tan feliz como podría ser, estable. Bueno, tengo mis cosas como todo hijo de vecina, pero no voy al psicólogo para que me cure. Lo hago al igual que las personas se hacen anualmente un chequeo para saber sus niveles de hierro, plaquetas… Y sobre todo voy al psicólogo porque para mí es un espacio privado para expresar cosas y trabajarlas. No entiendo por qué, de repente, hemos creado una sociedad donde el físico tiene tanta importancia y lo otro no es relevante.
Buscamos la satisfacción inmediata y efímera…
Ahora mismo hay un tremendísimo problema de adicción a las redes sociales. Los toxicómanos tienen una tolerancia muy baja a la frustración. Pensamos, primero, que la vida tiene que estar libre de dolor, que podemos conseguir lo que queramos; somos perfectos y lo somos ya. Por eso la desintoxicación es tan lenta. En términos médicos se le llama la ‘mentalidad del arreglo rápido’. Me vas a entender perfectamente con este ejemplo: De repente a ti te deja tu pareja, hablas con tu amiga y tu amiga te dice, vamos a bailar y cógete un pedo. Esa es la mentalidad del arreglo rápido. Eso, extrapolado a la enésima potencia, es lo que hace un toxicómano. Las redes neuronales de gratificación que se ponen en marcha al moverte por las redes sociales son las mismas que se activan con la la cocaína por ejemplo: cuando tu cuerpo recibe likes se libera dopamina. De hecho, hay un documental en Netflix (El dilema de las redes sociales) que habla de esto y que está impulsado por uno de los creadores del like en Facebook. Con las redes pasa lo mismo que con las drogas. Por eso resulta tan atractivas.
Dices en tu libro que siempre tendías a echar a los demás la culpa de tus problemas.
A mí no me gusta hablar de culpa. Si tú te culpas, normalmente va a venir un castigo detrás y va a ser un autocastigo. No es tanto culparse como responsabilizarse de las cosas que haces. Yo lo digo en el libro: a mí nadie me obligó a ser un yonqui, en yonqui me convertí yo. Eso no quiere decir que de la ecuación se elimine la enfermedad, porque hay un momento en mi vida en el que la enfermedad coge el volante. Ahí ya no soy yo ni estoy decidiendo libremente; me he perdido. La primera raya no me la meto porque me pongan la punta de una pistola en la cabeza sino porque lo decido yo. A ese tipo de personas que se quejan continuamente de que todo lo que les pasa es malo siempre les digo: “A ver, yo no niego que tengas mala suerte, puede que así sea, pero algo tendrás tú que ver en ello”. Creo que es muy importante reapropiarse de la parte de la responsabilidad que tenemos cada uno en nuestra vidas. Eso es lo que nos va a permitir hacer las cosas de manera diferente y salir de ese sitio.
Al leer sobre tu estancia en desintoxicación nos damos cuenta de que las adicciones nos igualan a todos independientemente de clases sociales, raza, género…
De hecho, es uno de los grandes aprendizajes que saco de la clínica. Yo vengo de un mundo hipster, de un mundo de la noche, y llego al centro y me veo compartiendo vida y espacio con gente que no tiene absolutamente nada que ver conmigo. Mi primera reacción es de una arrogancia presuntuosa total: yo soy mejor que ellos. Mi aprendizaje en la clínica es que por debajo de aquello a que nos dediquemos, de nuestro peso corporal, el color del pelo que llevamos, nuestros gustos musicales, opciones políticas, orientación sexual, raza… Todas las cosas que curiosamente utilizamos para identificarnos y que el resto lo haga también, por debajo de todo eso, cuando tú quitas las capas, somos mucho más parecidos de lo que pensamos. Yo he estado en terapia de grupo con compañeros que eran camareros en bares de pueblos de 300 habitantes, que no habían cogido un libro en su vida y que no sabían quién era x. De repente, esta persona se ha puesto a hablar de mis mismas sensaciones y sentimientos. Tendemos a ver todo lo que nos une o diferencia de una manera muy superficial. Sin embargo, si nos atreviésemos a hablar de lo que sentimos por quienes somos debajo de esos disfraces y esas máscaras, nos daríamos cuenta de que los miedos, las inseguridades, los complejos, las emociones… se parecen muchísimo más de lo que estamos dispuestos a admitir.
Imagino que toda esa experiencia ha cambiado tu manera de relacionarte.
La forma que tengo de vincularme con las personas es completamente distinta. Dejé atrás una arrogancia vacía que lo único que hacía era separarme del mundo. Ahora intento aprender de todas las personas que me cruzo. Obviamente, yo no soy Gandhi y hay con quienes me llevo fatal, pero soy muchísimo más humilde, porque cuando la vida te da tal sopapo es que te haces humilde aunque no quieras. La gran diferencia es que me relaciono conmigo mismo y con el exterior desde quien soy yo en realidad. No cambio ni para mí ni para los demás. Esta especie como de posicionamiento nuclear hace que todo lo de tu alrededor se transforme.
¿Podemos decir entonces que has ganado en tolerancia y humanidad?
Hay días en que pienso que soy un desastre y me veo feo; días en que digo, chico esto lo has gestionado de maravilla, qué bien lo has pasado hoy y qué mono te veo. No vivo en un Nirvana en el que nada me afecta; soy como todo hijo de vecina. Pero sí es verdad que soy más auténtico. Es decir, yo me perdí construyéndome disfraces, poniéndome etiquetas y ahora me relaciono desde Javi. ¿Soy más tolerante? Sí. Muchísimo más. ¿Más empático? También. Que a mí ciertas personas lo fueran conmigo me salvó. Y eso es algo que se te queda grabado.
¿Has desarrollado la ‘facultad’ de detectar a quien es adicto y no lo sabe o no lo admite?
En las entrevistas digo que, como soy homosexual, tengo el radar gay. Y que ahora, además del radar gay, llevo un radar yonqui. Detecto los problemas de consumo a distancia, a kilómetros. A ver, eso tampoco me hace ir por la vida intentando salvar a gente. Evidentemente, si veo o detecto ciertas cosas en alguien cercano a mí, íntimo, con el que tengo relación de confianza, soy la primera persona que le intento decir, “mira, tengo esta experiencia y creo que quizás…” Te sorprendería la cantidad de gente que está ahí fuera absolutamente funcional, como lo era yo, y no tienen ni idea de que son adictos.
A lo mejor no es tan fácil poner a un adicto delante de su espejo.
Cuando me convierto en toxicómano y estoy en el momento más salvaje y destructivo, nadie me dice que tengo un problema de adicción. Se me dice que tengo mal beber, que me sienta mal el alcohol, que se me va la pinza… ¿Por qué no me dan un toque de atención? Porque como sociedad no tenemos la información para identificar lo que pasa. De la adicción no se habla con rigor, tranquilamente, con profundidad, explicándola de manera pedagógica; no tenemos las herramientas para identificarla. Yo las tengo porque he pasado por ello.
Hablas en tu libro de tu familia y lo que les hiciste pasar. ¿Habéis reconstruido vuestra relación?
Estamos muy bien. Somos una familia absolutamente normal, de las que discuten en navidades. Esto nos ha unido muchísimo. Nos ha hecho hablar de cosas importantes que dentro del núcleo familiar muchas veces no se hablan. Se dan por dichas y hechas. Yo fui la oveja negra desde pequeño. Cuando salgo de la clínica y me recupero, dejo de ocupar ese espacio de oveja negra en el imaginario familiar. Eso hace que el resto de espacios también se muevan. En cuanto un toxicómano evoluciona y aprende, normalmente la familia evoluciona y aprende con él.
Después de este libro, ¿tienes en mente contar historias alejadas de tu universo personal?
Admiro demasiado el oficio de escritor, de novelista. Leo mucho. Soy una rata de biblioteca y tenía claro desde el principio que, independientemente del fondo, no quería poner mi nombre a un libro cualquiera; quería que fuese lo más claro y directo que pudiera. Ni soy ejemplo de nada ni me las quiero dar de listo ni soy un académico; solo pretendía ser directo y claro. Respondiendo a tu pregunta, no lo sé. Yo me considero más guionista. Escribo guiones, trabajo con la ficción. ¿Hay una novela en mi futuro cercano? No. Eso no quiere decir que dentro de tres meses cambie de idea. Ahora mismo estoy trabajando en dos guiones. Donde yo me muevo bien es en el guion de ficción; de hecho durante mucho tiempo estuve dándole vueltas a ficcionar esta historia y contarla en una película.
Así que la posibilidad de llevar Yo, adicto al cine está ahí.
Me encantaría. Para mí, y lo digo en el libro, este es el proyecto de mi vida. No hay nada que vaya a hacer, por mucho éxito que tenga, por muchos aplausos que reciba, que sea tan importante. Dudo de si sería una película o una serie porque como hay tantos personajes que se han quedado fuera del libro… Pero tampoco quería salir con un tocho de 1.500 páginas, ni que fuera yo Ken Follett. Hay muchas ficciones que han tocado el tema de la toxicomanía muy bien, pero no la han tratado en profundidad. Me gustaría plasmarlo en imágenes con rigor, con verdad y con esa carga de humanidad.