Escribiendo el guion de la película, visitando los lugares en los que vivieron, viendo la admiración y el desdén a partes iguales que la mera evocación de su historia provoca en la gente, Elisa y Marcela se acercan a mí con una tonelada de cuestiones que ganan complejidad cuanto más sé de esta historia. Rodando cada día fragmentos de su vida, estas dos mujeres, encarnadas con amor y devoción por las maravillosas Greta Fernández y Natalia de Molina, me resultan cada día más fascinantes.
No pretendo que lo que mi película cuenta sea lo que realmente pasó, y forzosamente he tenido que fabricarles una vida cotidiana, una forma de amar, y moverse, y luchar, y sufrir, y reír, y gozar. Nadie puede afirmar si una amaba y la otra se dejaba querer o lo contrario; si urdieron el engaño a la Iglesia para estar juntas o para cubrir el embarazo de Marcela.
Hoy, mientras rodamos en Bastables y suenan las campanas del poema de Rosalía de Castro del mismo título, alguien me pregunta si ellas, Elisa y Marcela, estuvieron aquí, y solo puedo contestar que no lo sé, pero que, de haber estado, les habría gustado este lugar único y este cielo inmenso que se abre ante nosotros desde el campanario y estas rosas henchidas de agua de lluvia que se balancean con el viento.