"La elegancia de la ropa llega cuando hay libertad de movimientos". Gabrielle Chanel, la célebre Coco, lo tenía claro: las mujeres necesitaban liberarse de los complejos y constricciones no solo sociales, sino también físicos, impuestos por la vida de la época, los años 20. Y entre otros muchos logros obtenidos a lo largo de su carrera, interrumpida por la Segunda Guerra Mundial, la presentación de su chaqueta de tweed en los años 50 supuso un punto de inflexión en la historia de maison y de la moda universal.
Tanto que Karl Lagerfeld la retomó como parte fundamental de sus colecciones para Chanel reinventada, eso sí, de decenas de formas sorprendentes. Pero volviendo a Coco, la verdadera artífice de esta obra maestra de la costura fue ella, valiente y avanzada a su tiempo, quien tuvo el atrevimiento de hacer algo que nunca antes ningún diseñador, menos aún mujer, había sido capaz: reapropiarse del tweed, un tejido tosco y áspero, de origen escocés y reservado exclusivamente a la vestimenta masculina más honorable y respetable como la de Hugh Grosvenor, duque de Westmister, y uno de los amantes de la creadora.