Bajo un túnel metálico de luces moradas y sobre una moqueta mostaza, (una combinación de colores que ya adelantaba qué podríamos encontrar en la colección que estaba por desfilar) comenzaban a caminar modelos que dejaban algo muy claro desde el principio: Miuccia Prada tiene el poder de convertir en lujo todo aquello que toca.
¿Que por qué decimos esto? Porque el desfile se abría con una modelo luciendo una camiseta olímpica, blanca, básica (de las de toda la vida) combinada con una suerte de falda de encaje y largo midi. Toda una declaración de intenciones en una propuesta llena de contrastes propio de la firma italiana.
Tan pronto veíamos estas modelos llevar lo que parecían combinaciones de prendas interiores, como aparecían conjuntos de marcado estilo lady con una reinterpretación del traje sastre que maximizaba las hombreras, afinaba la cintura y remataba con faldas de volúmenes escultóricos.
Y por si aún la mezcla no fuese suficiente el estilo deportivo hacía acto de presencia en abrigos acolchados y cazadoras tipo bomber, eso sí, con impresionantes flores tridimensionales que ponían en valor que la practicidad de una prenda no está reñida con la fantasía de la misma.
En medio de este universo retro-futurista de mezclas distópicas, la presencia del clásico vestido negro identitario de la firma ha sido una sorpresa de lo más agradable entre tanto ir y venir de colorido neón, tejidos brillantes y transparencias, esta vez adornado con sutiles plumas en el cuello y mangas extralargas.
Pero sin duda, la prenda que se lleva toda nuestra atención ha sido el abrigo rosa de efecto cuero. Esa mezcla entre americana y gabardina, con las hombreras XXL y el cinturón dando forma a la silueta femenina han hecho de esta pieza la más especial y posiblemente, la que más veremos replicar en tiendas la próxima temporada, sin desmerecer los básicos.