Hartas. Ésta es la palabra que nos define a la mayoría de nosotras ante esta situación. Cada mujer es un mundo, única, con sus proporciones y su propio atractivo. La mayoría de nosotras no vivimos de nuestra imagen ni tenemos que tener una figura de modelo por exigencias del guión. Somos madres, estudiantes, trabajadoras, amas de casa, y sí, todas queremos gustarnos y gustar. Eso es una realidad innegable.
La mujer desnuda
Basándonos en los conceptos antropológicos de una de las lecturas obligatoria de Desmond Morris, encontramos muchas respuestas a nuestras ganas de atraer y de sentirnos bellas a día de hoy. Pero es cierto que no todo reside en nuestro ADN puramente primitivo y que, por suerte, las cosas han cambiado, ¿a mejor?
La 'evolución' de la belleza
Con todas estas nuevas nomenclaturas, no se fomenta otra cosa que la necesidad de encajar en un ideal estético que sea socialmente reconocido como tendencia o categoría aceptada. Hablamos de las curvies, las skinny-fit, las gordibuenas o los fofisanos (porque a ellos también les toca). Entonces nos preguntamos, ¿comentaremos algún día el atractivo de una mujer sin la necesidad de ‘archivarla’ por talla, altura, edad o tamaño de sujetador?
Todas recibimos
‘Estás demasiado delgada, ¿no comes mucho, verdad?’
‘Sería elegante si no tuviese tanto pecho’
‘Qué mona estaría esta chica con diez kilos menos’
‘Siendo tan bajita, no sé cómo va en zapato plano’
‘Qué complicado tiene que ser encontrar pareja siendo tan alta, ¿no?’
‘De cintura para arriba está bien, pero las caderas la estropean’
‘No está mal para la edad que tiene’
El primer paso está en mirarse a una misma, ser lo mejor que se pueda o se quiera, y al fin y al cabo: estar a gusto en la piel que habitas. El resto: saber ver la belleza en todo tipo de curvas o ausencia de ellas. También en las arrugas, en los lunares, en una cicatriz y en una peca.