Igual que ayer, vengo directa de plató y estoy tirada en el suelo del escenario del Teatro Español de Madrid.
Ahora no estoy ni vestida así ni en el salón de mi casa, como en la foto con los pies negros.
Ahora estoy en una postura mucho menos digna esperando para erupcionar en escena cuando me llegue el turno.
Hace calor. Me cubre una tela de seda my blanca, muy suave. Demasiado caliente para esta primavera marciana.
La seda me esconde mientras el público entra. La seda me da seguridad. Y tiempo.
Como las tartas de cumpleaños, esos jeroglíficos de garantía, amor y plazo.
Cumplir años me enciende, me pone nerviosa, siento la necesidad de dar gracias y crédito a todo.
Pero ahora no puedo.
Ahora tengo que estar tumbada sobre el suelo del teatro, debajo de la seda. Respiro suave para que no me oigáis y siento que revivo una sábana de hospital con mi pecho recién nacidito.
Hay mucho polvo en el escenario. Desde esta perspectiva todo lo es: polvo. Polvo que crece, polvo que se acerca despacio en contra de la luz, que se multiplica como las luciérnagas sobre el bosque. Es increíble la cantidad de partículas que.
Me da la sensación de que el polvo es mío, de que me estoy erosionado yo aquí debajo un año más. De que después de la última función me van a barrer a mí, hecha pelusa, grieta, madera, primera vértebra del Sol.
Hace tanto calor debajo de esta seda… Siento que me hundo en el centro de la Tierra,
en el pecho de mi madre
en esa sala donde los médicos repartían luces.
Sigo esperando a que ocupéis butacas y apaguéis vuestros móviles (POR FAVOR).
No aguanto más aquí tumbada. Tengo calor, polvo, costuras intermitentes en cada cadera.
Quiero estornudar. Ni se te ocurra. Ya hay media sala llena. Intento no respirar.
Pero es mi cumpleaños y tengo tantas ganas de gritar… Déjalo ya, no puedes.
Y paso página a otra sensación.
En estos 25 minutos varada bajo la tela mientras os no-sentáis
(no había ballenas en mi imaginario previo a la función hasta este momento en que me siento inmóvil desde hace siglos),
en estos 25 cachalotes de reloj en los que peleo contra la bajada energética y el hormigueo de miembros
(por favor, que se me duerma la mano mejor que la pierna, la pierna, no, la pierna no, la pier… Vaya. Allá voy, hormigueándome impar),
me vino a la mente esta foto de hace casi 12 meses.
No me acordaba de ella así posada como si sí o como si no tuviera algo que decir. ¿Hay diferencia?
Me acordaba de mis pies llenos de polvo,
polvo negro claro
polvo negro tímido
como lo que hay al fondo de mi boca.
Una timidez color carne llena de partículas de suelo antes de salir a escena.
Polvo de suelos antiguos.
De todas las calles que he pisado.
De araucanías
de valles milenarios
de pistas de baile
polvo de zapatos
bares
discotecas
polvo de casquillos rotos
besados por mis muertos
polvo de aeropuertos
(baños de aeropuertos)
barrios chinos
ataúdes abiertos con la lengua
polvo de banderas
polvo de obeliscos
de maletas violadas por los lobos
peta zetas
arena pegada en los bolsillos viejos.
Polvo
polvo de los polvos que me han hecho.
Polvo del polvo que he inflingido.
Polvo polvado
polvo polvante
polvo que me traje hasta aquí desde mi allí
(andá vos a saber dónde, vete tú a averiguar sitio)
polvo sobre las venas
sobre lomo de ballena
como traje de crustáceo seco
como lenguas en mi boca que traen otras bocas
razas
nervios
futuras personas.
El polvo.
El polvo es como el amor.
Se mete en todas partes.
Es inevitable.
Hoy es mi cumpleaños y colecciono corpúsculos, partículas, vaho seco bajo esta sábana.
Oigo vuestros culos inquietos ocupando butacas y a la vez
la voz de mi madre dando verdad a mi nombre en un hospital.
Sentaos ya, por Dios.
Que hoy es mi cumpleaños y voy en plan cow girl, llena de arena, y mi desierto es esta seda de fuego
que me cubre y comparto con mi compañera de escena.
Ella se levanta, dispara primero. Me atraviesa su polvareda.
La función, todo, empieza.
Hoy es mi cumpleaños, estoy en el teatro y no tengo los pies limpios.
Regaladme un aspirador inteligente, por favor.
(Sí, un robot de esos que barre solo, no os hagáis los tontos).
Compradme una máquina de limpiar suelos
mientras me besáis y hacéis de mi boca un Everest que se desprende
despacio, con toda la gravilla volcánica
del núcleo de la Tierra.
Me puede el sueño. Me dan leche caliente. Es la primera vez. Mi madre sabe a flores blancas y sal del Himalaya.
Hoy es mi cumpleaños.
Queredme bien.
Creedme bien, también. Junto al robot, esto lo pido como regalo: creedme. Confiad en mí. Mi corazón es una moneda antigua.
Ponedlo en vuestros dientes y morded.
Sacadme a bailar, dadme verdad.
O, mejor, dejad que os saque yo y me lleve vuestra copa.
Cumplid la noche loca.
Venid a buscarme al teatro o a esa sala de partos incombustibles
de neonatos fugaces
hechos catálogo de lámpara
organizados en padres
que se quieren y no
si/no
si/no
porque esta noche
obramos el milagro
del botellón, los peces y los panes,
el milagro de las paces y las penas
en Madrid, Marte o Buenos Aires.
Esta noche, pedid, que yo, salvo a barrer, he venido a lo que queráis si compartimos esto de vivir en un mini de proeza.
(Mini es un vaso de 750 ml hasta arriba, en este caso, de cerveza).
Tranquis, os lo relleno con lo que pidáis. Hoy hay barra libre de fe. Hoy todos los deseos te cumplen a ti.
* Gracias a mi gente por cuidarme y quererme. Os celebro yo *