Siempre había pensado que las personas con sistemas de valores, gustos y opiniones firmes eran más maduras, más profundas e incluso más “confiables”. De esa interpretación –probablemente errónea– de los comportamientos humanos, me lancé de cabeza a la búsqueda de mi propio coliseo, hermético y sólido. Con mis Síes y mis Noes rígidos e imperturbables, con mis agrados y mis desagrados casi tatuados en el pecho.
Esto te lleva a vivir una adolescencia particular, cuanto menos. Si la adolencencia representa esa etapa “blandita” en la que conviene probar, experimentar y acercarse sin prisa a los lugares que nos hacen sentir bien, mi estrategia carcelaria me hizo vivirla como un cervatillo encerrado en una biblioteca hebrea y mi adolescencia pasó a convertirse en una etapa “durita” en la que lo deseado luchaba contra lo adecuado.
Por fortuna, el tiempo pasa y aquello que un día construimos solo desde el deber –por muy estricto y brutal que fuera– acaba desvaneciéndose. Quizá porque la vida llama a la vida.
Y os hablo de todo esto para transmitiros la satisfacción que he sentido al acercarme –muchos años después– a una marca de ropa femenina y masculina con la que nunca me había sentido vinculada, ni movida, ni identificada. Me refiero a Bershka.
Gracias a Teresa Tarragó, su representante apasionada y disfrutona, pude redescubrirla en su showroom, un edificio lleno de luz, de gusto y de fe en sus clientes. Visité las colecciones, las toqué, observé los detalles y las testé sobre mi piel –que es una gran delatora–. El resultado del experimento puede resumirse en PLACER. Esa es la verdad, mi verdad sensorial, mi verdad emocional: me gusta, me hace sentir bien y la admiro. Es una marca que se ha mantenido en el mercado a través de los años, ofreciendo propuestas variadas y valientes a precios muy cercanos. Es posible que ella también haya renunciado a su armadura férrea, haya roto aquella etiqueta que la condenaba a satisfacer un gusto quizá demasiado definido. Considero que ha tenido el enorme valor de abrir sus fronteras a costa de decepcionar a su público fiel; ha reducido las revoluciones de su marcha, se ha bajado de la locomotora histérica del comercio y se ha entregado a los paseos por la ciudad, por el campo, a los paseos por distintos cuerpos, por distintas razas, por distintas maneras de sentir nuestra existencia... Todo esto para llenar sus colecciones de sentido, para ofrecerlas como un regalo meditado.
A esto me huele Bershka ahora y a esto huele mi coliseo particular, que quiere tener sus puertas abiertas y quiere creer y elegir desde la libertad, desde el gozo, desde la sonrisa y la excitación que producen las cosas hechas con cariño.